sábado, 31 de mayo de 2014

Llorar mares y que se te queden dentro.

Me acuerdo del 'llorar mares y que se te queden dentro' de Paula Bonet mas de lo estrictamente necesario.
Pero más que mares yo tengo océanos.
Océanos que me absorben tanto que me impiden hasta llorar. De ahí el mezclar la sangre en las venas con botellas de whisky.
Entonces se me olvida el cómo fingir ser feliz y sale la primera lágrima, como poniendo a prueba la calidad del rimmel, sale la primera y abre la puerta a la catástrofe: Lloro durante horas en medio de la calle al frío de la madrugada y al de tu ausencia.
Lloro, pero por mucho que llore el océano no se va de buenas a primeras. Varias amigas consiguen meterme a un baño y ponerme agua en la nuca, me cuidan y me quitan el maquillaje ya a medio camino de desaparecer (como yo).
No tengo tiempo ni para pensar en lo que haré conmigo ni lo que haré con la vida, solo se que se me han agotado las opciones.
Ese océano se convierte en un iceberg, y del iceberg todos sabemos que sólo se ve la superficie. Y si la superficie es un atisbo de sonrisa el interior será una profunda catástrofe rimando con la tristeza, la desesperación y la desolación.
Entonces me acuerdo (como si alguna vez te hubiese olvidado) del cómo te decía que eras un desastre. Pero un desastre bonito. Y no puedo evitar devolverle la mirada al espejo: estoy despeinada, me sangran los labios, y tengo los nudillos tan heridos como el orgullo. Entonces visualizo un corte en el índice por clavarme el cristal de una botella, las medias de encaje tan rotas como el alma, y el pecho tan desecho como mi vida, miro al espejo y sólo pienso en el qué nos hemos convertido, en qué somos, no me sale la voz, pero me salen las lágrimas y sigo llorando, llorándote, llorándome, llorándole a la vida, como si llorar sirviera para algo más que para llorar, te lloro casi tanto como te quiero.
Soy un desastre, meto la botella entre el vestido y el abrigo y me pongo a andar, en algún momento me olvido de que está ahí y me pongo a correr, es entonces cuando se cae y me baña los pies, la calle y la vida de ron y pedacitos de cristal roto.
Ese impacto del cristal y el alcohol contra el suelo todavía lo llevo grabado.
Se parecía demasiado al portazo que pegaste sin intención de volver, una lástima que la puerta se volviera a abrir.
No sabia si reír o si llorar y llevaba tanto whisky encima que ni sabia actuar ni me acababa de importar el no saber hacerlo.
Así que me quedé muy quieta, hasta que mis amigas (que llevaban casi tanto alcohol en vena como yo) se pusieron a reír, así que decidí seguirlas.
Así pasan las noches, entre cristales rotos y alcohol en callejones apartados del ventrículo izquierdo, no se que decirte porque ya no te leo, ni a ti ni a la poesía de tus costillas o a tu columna vertebral en braile, pero desde que no estás mastico cristales y la sangre en mis venas es mitad whisky mitad ausencia y acabará por matarme. Acabarás por matarme.
Pero no serás tu quien me toque antes de poner la soga al cuello y eso si que acaba conmigo, más de lo que un tiro en la sien podría hacerlo.
En fin cariño, siempre supimos que la inmortalidad era un cuento hasta que me hacías sentir eterna, entonces lo que era un cuento es que todo el sistema solar no girase en torno a ti, te quiero, te quiero, te quiero. Te quiero como el suicida quiere encontrar la salida de la vida, te quiero como el rótulo de emergencias a las catástrofes, te quiero, te quiero por preferir congelarte en mí que quemarte en otros infiernos, te quiero.


MissRuines.

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